Considerado por sus propios coetáneos como uno de los mejores escritores de su generación, hablar de Fitzgerald nos remite a los años 20 y a la época del jazz. Formó parte de lo que se dió a conocer en Estados Unidos como la “Generación Perdida”, que fraguó un espíritu nostálgico de una juventud no vivida en su esplendor debido a la Primera Guerra Mundial.





Escribió cinco novelas, una de ellas sin terminar se publicó después de su muerte (“El último magnate”), y fue autor de relatos cortos que publicaba en revistas, aunque ha pasado a la historia por “El gran Gatsby”.
Comenzó a escribir cuentos desde su época de estudiante y continuó en la universidad, enviándolos sin éxito a la revista Scribner’s Son. En ese momento había conocido a Ginevra King, una joven de la alta sociedad de la que llegó a obsesionarse, y que le serviría de inspiración en gran parte de su obra. Así que, sin publicar y sin amor, comenzó la Primera Guerra Mundial y abandonó la universidad para unirse al ejército aunque la contienda terminó antes de ser enviado al frente.
Conoció a Zelda quien aceptó su propuesta de matrimonio pero lo rompió debido a que creía que no sería capaz de mantenerla económicamente, y es que durante esta época en la que no publicaba, Scott Fitzgerald tuvo que realizar trabajos como reparador de techos de automóviles para sobrevivir. En 1920 logró publicar su primera novela (“A este lado del paraíso”) y dos años después publicó “Hermosos y malditos” donde repetía la fórmula dando vida a unos jóvenes que viven por encima de sus posibilidades. Ambos fueron un éxito permitiéndole tener unos ingresos estables y casarse con Zelda, constatando que la presencia de dinero y su vinculación con el amor estuvo muy presente en la vida de Scott y lo utilizó dentro de su obra donde podemos encontrar tintes autobiográficos en este sentido.
El matrimonio viajaba con frecuencia a Francia, donde pasaban largas estancias y vivían la noche parisina de los locos años 20 donde el jazz y el alcohol hacían presencia mientras el dinero se acababa y no dejaba tiempo para la escritura. Tan solo alcanzaba a escribir relatos cortos que seguía publicando en las revistas y le proporcionaba dinero para mantener su estilo de vida aunque la escasez del mismo y el préstamo que le hacían sus amigos amigos se convirtió en algo habitual dentro de su vida. Allí se encontraban con otros compatriotas como Hemingway, que no tenía buena relación con Zelda a quien acusaba de desviar a Scott de su escritura y arrastrarlo a largas noches de fiesta y más largos días de resaca.
Fitzgerald reconocía que los relatos cortos y las historias que vendía a los estudios de Hollywood para la creación de películas era una forma de conseguir dinero para llevar la vida de lujo y desenfreno que gustaba a la pareja pero que su verdadera vocación artística era escribir novelas.
Los problemas económicos se acentuaron cuando además tuvo que hacer frente a costes derivados de la salud mental de Zelda que sufría esquizofrenia y estuvo ingresada. En ese momento él se encerró a trabajar y logró escribir “Suave es la noche” con grandes tintes autobiográficos ya que trata de un psiquiatra que se enamora y se casa con una paciente mostrando los problemas matrimoniales y derivados de una vida desenfrenada, decadente, y donde el alcoholismo estaba presente.
Pasó sus últimos años enfermo de tuberculosis y arrastrando su adicción al alcohol hasta que murió en 1940 debido a un ataque al corazón.